Smart empleados: Espacio y productividad

“Todas las cosas serán producidas en superior cantidad y calidad, y con mayor facilidad, cuando cada hombre trabaje en una sola ocupación, de acuerdo con sus dones naturales, y en el momento adecuado, sin inmiscuirse en nada más.” – Platón

Книга "Большая книга знаний" - издательство Махаон
Recuerdo el placer que me producía quedarme sola en la oficina, rodeada de veinte o treinta mesas vacías, y de qué manera en ese momento, que solía ocurrir a altas horas de la tarde, podía sumergirme en lo que tenía entre manos con absoluta concentración y dedicación. Si era en otoño, llegaba hasta mi ordenador o mis papeles el atardecer intensamente rojo del Mediterráneo. En invierno la negra noche acentuaba todavía más mi capacidad de concentración.

En cualquier caso, asocio esos momentos con "trabajar para mí", momentos de intenso aprendizaje reflexivo.

A menudo, por las mañanas, me sentía ajena al guirigay de voces, risas, órdenes y murmullos que me rodeaban durante toda la jornada laboral, como si no fueran conmigo, convirtiendo en absurdo el "lugar" y "tiempo" de trabajo. En la oficina era fácil esconderse, dispersarse, diluirse... Tuve compañeros ajenos al ruido y al desorden que eran capaces de abstraerse e instalarse en un mundo propio en el que el exterior no existía. No era mi caso. Una conversación más alta que otras, la más leve indicación, un correo electrónico que entraba en mi bandeja..., bastaban para alejarme del trabajo que estuviera haciendo en ese momento.

En mi última reunión en una gran empresa, en la que los profesionales se repartían en enormes salas abiertas sin ningún tipo de separación entre puestos de trabajo, advertí que muchos de ellos trabajaban con enormes auriculares de colores, y no puedo afirmar que todos escucharan su música preferida mientras analizaban datos o redactaban informes, estoy segura que su principal función era aislarles del ruido que producen treinta o cuarenta personas trabajando en un espacio abierto.


Imagen: Dreamstime

Dicen que las oficinas diseñadas en espacios abiertos, tan de moda en el último decenio del siglo XX y que han llegado hasta hoy, serán ocupadas por máquinas y robots y que el trabajo humano requiere de intimidad, de "petit comité", de tranquilidad ambiental si lo que queremos incentivar es la creatividad y lo que queremos producir es innovación. 

Los espacios abiertos facilitaban la transparencia y la comunicación, se decía. A los jefes les gusta ver lo que sus empleados están haciendo y así es más fácil disuadir de conectarse a las redes sociales. Los espacios abiertos minimizan costes y maximizan el espacio..., en conclusión, la mayor parte de grandes empresas derribaron paredes y tabiques..., pero la comunicación siguió sin fluir y las grandes decisiones se siguieron tomando en salas cerradas alejadas de esos enormes espacios caóticos. 

No sólo eso, recuerdo que cuando tenía que realizar un trabajo en equipo con otros compañeros, buscábamos un sitio apartado donde poder hablar y trabajar sin distracciones, y en más de una ocasión, ese lugar íntimo de reunión, fue el bar de la esquina que se quedaba desierto después del café de media mañana.

Y ahora que trabajo en mi casa, alejada del rumor incesante de una oficina, Internet se ha convertido en mi espacio abierto: diez, doce... quince pestañas abiertas, cientos de pequeñas interrupciones en forma de mensajes de WhatsApp que no puedo dejar de consultar, correos que entran sin cesar, tweets con el hahstag que me interesa hoy, mensajes privados de Facebook que me hacen sonreír... Internet es mi sala abierta de trabajo.

Y he vuelto a las viejas costumbres de alejarme del ruido para poderme concentrar y con un libro, una libreta y un bolígrafo me instalo en el "modernísimo" bar de enfrente de mi casa (carta de tés, ladrillo vista, música relajante...) o el un banco del parque del barrio y a mano y en papel, leo y escribo sin distracciones.

Lo malo es que de tal modo se ha instalado la costumbre de saltar de pestaña en pestaña, que a la media hora, una hora a lo más tardar, siento la imperiosa necesidad de consultar mi smartphone que, por supuesto, no dejo en casa ni bajo amenaza de muerte... Y lentamente vuelvo a mi estudio y al ruido de la oficina de espacio abierto que es Internet.




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