Luna llena en agosto

Para Tomás, José Angel, Nina, Marta, Leles y todos los que en agosto miran a la luna.

Llegó agosto y por primera vez en años me pilla distraída y a traición.
La ciudad se llena de extraños y no sólo los amigos, todas las caras cotidianas desaparecen y de la Diagonal hacia la montaña ni un coche, casi ni un alma...
Despierto algo desconcertada. Hay mucha luz, ayer lo dejé todo abierto, he dormido más de ocho horas, ¡insólito! Estamos en agosto.

Estoy sola, gozosamente sola. En abril, mayo, junio, no soy consciente de ello. Atropellada por el trabajo y la urgencia, salto de día en día como en el juego de la Oca..., y tiro porque me toca.

Agosto me remansa, me aquieta y me hace pensar en lo sola que estoy, en lo que de verdad deseo, en lo que me hace feliz, tan simple, tan sencillo, tan difícil, tan estimulante...

Ayer me acosté mirando por mi ventana una luna llena perfecta y sentada en la terraza con una copa de vino blanco muy frío entre las manos, me decía al ritmo monocorde de Leonard Cohen, contemplando esa luna, ese faro que me empapa, me impregna de luz como dedos helados que recorrieran mi piel: Soy mayor, soy apasionadamente sensata, encendidamente partidaria de mí misma y de aquellos amigos que están consiguiendo apostar por ellos mismos. Somos ganadores, fríos calculadores de cómo incrementar el placer de estar vivo y ser sensible a todo cambio.

Me emociona ver luz en la mirada de los amigos con los que he compartido los últimos días, las últimas horas. Luces, destellos de ilusión en la mirada, el mejor regalo, la mejor caricia, la mayor de las promesas de que el otoño del 2011 se promete caliente, caliente, caliente...

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